Mi buen amigo Joseba Erauskin
me pone unas amables líneas en el post “El Trueba y los niños” saliendo en
defensa de estos. No le falta razón: los niños no hacen más que emular y hacer
lo que sus padres y la sociedad les enseñan. Sus actos son, por tanto,
consecuencia de lo aprendido y de lo permitido.
En general, la actitud de la sociedad y de los
padres -y la mía, claro- ha sido muy deficiente. Si en el franquismo los niños –como
los adultos- no tenían derechos, en la democracia lo que dejaron de tener
fueron obligaciones. Del autoritarismo se pasó al coleguismo con mucha prisa y
con poca cabeza.
Se suprimió la tarima de los
profesores en pro de la igualdad y de la cercanía con los alumnos, se penalizó
la colleja considerándola maltrato, y muchos abandonaron su condición paterna
para convertirse en amigos de sus hijos. Conozco casos, incluso, que hasta
dimitieron del título de padres, obligando a sus hijos a llamarles Paco o
Daniel, según cuál fuese su nombre de pila.
El Juez de Menores Calatayud
explica estas cosas muy bien: “Si un padre opta por ser el amigo de su hijo, ¿quién
va hacer de padre?”. El caso es que la sociedad quiso desprenderse del
autoritarismo, pero por el desagüe se le fue también la autoridad (Auctoritas:
Legitimación socialmente reconocida que procede de un saber).
Hoy podemos ver en la
televisión realitys –Hermano Mayor, Supernanny…- donde nos muestran hasta dónde
ha subido la marea. Familias atemorizadas por niños y no tan niños incapaces de
sobreponerse a la mínima frustración. El propio juez Calatayud alerta del
incremento de maltrato familiar… de los hijos hacia los padres.
¿Soluciones? Recobrar la
autoridad, sí, y sobre todo recuperar el sentido común.
Porque hemos pasado de la decepción
al enteramos de que los Reyes eran los padres, a la depresión al haber
conseguido que los reyes sean los hijos.
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