Milovan Djilas expuso en su obra “La nueva
clase” una durísima crítica al sistema comunista de su país, Yugoslavia, y del
resto de países de obediencia soviética. El libro, que se publicó en 1957 y que
le supuso al autor un aumento de 10 años de su condena en prisión, denuncia la
conversión de los militantes comunistas en una nómina de burócratas que,
abandonando el marxismo y sus ideales revolucionarios, se apropian del poder
para disfrutar de las prebendas que ellos mismos niegan al proletariado.
Djilas sabía de lo que hablaba: él mismo llegó
a ser Vicepresidente de Yugoslavia, aunque las críticas que vertió sobre el régimen
le llevaron a ser encarcelado.
Imagen tomada de www.rogerfort.com |
Salvando todas las distancias, acabo de leer
en el Diario Vasco de hoy un soberbio artículo de Miguel A. de la Calle titulado “Volver a los
principios”, donde desvela las claves de la crítica situación del Partido
Socialista.
El autor rechaza la tesis de Odón Elorza de “dignificar la política” -la política no
es digna o indigna, señala- y propone como tarea urgente buscar socialistas
dignos. También denuncia que un porcentaje espectacular de sus cargos hayan
tenido, como primer y único medio de vida, al propio Partido, lo que “condiciona seriamente su trabajo político,
agranda radicalmente las posibilidades de corrupción, al tiempo que hace
imprescindible el poder”. Por otra parte, subraya que los jóvenes que se
acercan al Partido “acaban en tiempo récord
en jóvenes pervertidos por el poder”.
Es un artículo muy pertinente, válido para el
PSE, para el PSOE, y para el resto de partidos y sindicatos, afectados todos
ellos por los mismos virus de sumisión al aparato y de ausencia de crítica. Naturalmente,
en estas condiciones las posibilidades de que exista una mínima elaboración teórica
son inexistentes.
Yo también creo que todo lo demás, como las
simplistas propuestas de Odón Elorza, de Chacón o de Rubalcaba, no es sino seguir
las consignas del Príncipe de Salina en la obra de Lampedusa: “Cambiar todo
para que todo siga igual”.
Los aparatos de los partidos se han convertido en un problema. No trabajan en otra cosa que no sea su propia subsistencia y han acabado por expulsar a todos los críticos, que son un riesgo para ellos.
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