El hábito de la lectura está amenazado por la
ansiedad. Tal es el volumen de información que asoma a las pantallas de Internet
que es difícil pasar de los titulares. Se cumple el viejo dicho de “quien mucho
abarca poco aprieta”. Y luego, los whatsApp’s, los sms y el twitter con sus 140 caracteres. Y con ellos una máxima que se va abriendo paso: si quieres
que te lean, escribe poco. Muchas, miles de veces, pero poco cada vez. Escribir una extensión de dos folios es condenarlos a la papelera.
Hoy en día, cuando carecer no ya de teléfono móvil
sino de un smartphone es un signo de marginación tecnológica, la literatura trata de
adaptarse a los tiempos, claro. Novelas de acción, de usar y tirar, que se leen
con tanta rapidez como se olvidan. ¿Qué quieren? Son los tiempos.
Y en este frenesí, mi proveedora habitual de literatura
destroza todas estas líneas escritas y me obsequia con la obra de Rafael Sánchez
Ferlosio “Industrias y andanzas de Alfanhuí”. Se trata de una pequeña novela
que se publicó nada menos que en 1951.
Y cuando uno entra en sus páginas hay que
desconectarse de Internet… y de la realidad. Hay que detener el tiempo y
olvidar las prisas, porque Sánchez Ferlosio nos lleva a un mundo fantástico
para contarnos las andanzas de un niño, Alfanhuí, por la meseta castellana, donde ya existía el realismo mágico antes de que nos lo descubrieran Juan
Rulfo o García Márquez.
Uno recupera su capacidad de sorpresa al
comprobar la belleza de la literatura y la maestría de este escritor que, pocos
años más tarde, publicaría “El Jarama”, un clásico ya, que supuso la consagración
de Rafael Sánchez Ferlosio como uno de los grandes escritores españoles.
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