miércoles, 25 de abril de 2012

Zoryn, Zoryn...


Gema, Iván y Dima (Dimitri) en la casa de Zoryn

Viajar a la zona de Chernobyl es iniciar un viaje en el tiempo, es una vuelta al pasado. Zoryn es el pequeño pueblo donde vive Iván Marchenko. Dista 100 kilómetros de Kiev y 35 de Chernobyl. Zoryn no dispone de equipamientos colectivos: no hay escuela, ni mercado, ni parque, ni iglesia... Todo lo más, una pequeña tienda con un minúsculo mostrador. Tampoco se percibe alumbrado público ni aceras en la calle. Las casas carecen de agua corriente, la electri-cidad sufre cortes con cierta frecuencia y la televisión se recibe con dificultad. En esas condiciones, los cuartos de baño, las lavadoras y otro tipo de electrodomésticos no son más que una fantasía. Los inviernos son siberianos: este año el termómetro ha llegado a marcar 35º bajo cero y la nieve ha alcanzado un metro de altura. Esta es la Ucrania profunda y así son los pueblos como Zoryn. El progreso apenas se detuvo por aquí: solo les trajo una destartalada central nuclear que no ha servido sino para dejar más deprimida aún esta zona.

Los que tenemos ya una edad considerable, mucho más si somos de pueblo como yo, reconocemos ese paisaje. Así era la vida aquí hace cincuenta o setenta años en el medio rural. Así fuimos niños y así crecimos y pasamos los inviernos en casas que hoy nos parecerían inhóspitas, pero que entonces nos producían un sentimiento íntimo y placentero de estar protegidos: de las heladas y del exterior. Así crecimos, decía, dejando que nuestra fantasía cobrara forma entre las llamas del fuego, sin saber -lo supimos más tarde- que la escasez tiene menos trampas que la abundancia. 

Mijail, Iván, Javier, Dima y Valentina en la parada del
autobús. Zoryn escrito en cirílico.
Por eso, a estos ojos que viven rodeados de confort, de adelantos y también de ansiedad no les extraña que Iván Marchenko viva feliz en Zoryn, que no quiera ni oir hablar de vivir en Kiev o en otro lugar. Que viva, en suma, como vivíamos nosotros, en esa armonía de sencillez familiar, donde uno se siente querido, donde juega y riñe con su hermano pequeño y donde la imaginación es de su propiedad, no un monopolio de la PSP o la Nintendo. Iván nos recordó que la patria de cada uno sigue siendo su niñez. 

No es fácil que Iván pueda volver a viajar. Pero si pudiera, sabe que aquí tiene su segunda casa, su segunda familia. La suya nos acogió con afecto: nos sentaron a su mesa donde compartimos una comida ucraniana sabrosa y abundante. Nos trajimos el buen recuerdo de todos ellos, de su madre Valentina, de Mijail y de su hermano Dimitri. Y también de Helena Bolochai, de Svetlana, Bika y de Igor Likhvanchuk, que hicieron menos árido nuestro desembarco en Kiev.


2 comentarios:

  1. Hola Javier;
    Qué envidia me das con esa actividad que llevas desde que dejaste aquella otra que algún día compartimos.
    Debe de ser un placer dedicarse a hacer lo que quieres hacer, y tener tus facultades.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias, Mikel. He tenido la suerte de compartir contigo trabajo, deporte y amistad. Salvo lo primero, lo demás sigue en pie. Un abrazo.

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