Ahora que muchos
municipios quieren cobrar el IBI a la Iglesia , se ha recordado el viejo dicho: “Los
españoles siempre han ido detrás de los curas: a veces, con el cirio, a veces
con el garrote”. Es una frase perfecta para interpretar el movimiento pendular
de una sociedad como la nuestra, esa especie de taoismo rural que se columpia
en el ying con el mismo entusiasmo que en el yang.
Miren si no, lo
que ocurre con la educación. Hemos pasado del autoritarismo del padre al despotismo…
del hijo. De que este no tenga ningún derecho a que no tenga ninguna
obligación. Ojalá se tratara al menos de un despotismo ilustrado, pero es que
atendiendo al Informe PISA se trataría encima de un despotismo iletrado.
Según el Juez de
Menores Emilio Calatayud –en Youtube podrán encontrar fragmentos de sus charlas
que son auténticas joyas- una parte creciente de los casos en los Juzgados de
Menores se debe a agresiones de los hijos a los padres. A este estado de cosas
hemos contribuido todos –y a qué negarlo, yo como el que más- con admirable
torpeza. Hemos querido borrar todo vestigio de la sociedad autoritaria de la
que procedemos, pero hemos acabado arrinconando cualquier signo de autoridad.
Conozco
profesores que –¡ay, por favorecer la igualdad!- fueron firmes partidarios de
suprimir la tarima que les elevaba de los alumnos, pero que hoy pagarían gustosos
de su bolsillo el coste de instalar un foso con caimanes que les mantuvieran
aislados de los angelitos.
El filósofo José
Antonio Marina afirma que para educar a un niño hace falta la tribu entera. Un
imposible, porque la tribu hace tiempo que dimitió de tal obligación. Dimitió
primero el padre, para convertirse en el amigo y en el defensor de su hijo;
dimitió luego el profesor, por no verse respaldado por el padre; y finalmente
dimitió la tribu, porque llamar la atención a un gamberro era buscarse una
bronca con su padre.
Nuestros
representantes políticos tampoco es que lo hayan hecho mejor. Siguen legislando
en materia de menores más por lo que pide la peña que por la razón. Y de su
absoluta falta de criterio puede dar fe el hecho de que una menor no pueda
comprar una cajetilla de tabaco… pero pueda abortar por su propia voluntad.
Se le atribuye a
Platón la siguiente frase: “Dos excesos deben evitarse en la educación de la
juventud; demasiada severidad, y demasiada dulzura". Como si nos conociera.
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