
No comprendí al principio la razón de que
Haneke titulase así a la película, porque amor es un término que lo tenemos asociado
a cualquier cosa menos al acompañamiento estoico –y compasivo también- que
se dedica a una esposa hasta el final de su vida. Y sin embargo, tiene que
haber buenas dosis de amor para ejecutar esa entrega con tan conmovedora
paciencia.
Es una excelente película, bien dirigida y con
espléndidas interpretaciones de Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. Y es,
también, una crónica durísima de la vejez, contada con una sencillez y una
veracidad desgarradoras. Haneke nos muestra en la pantalla el posible futuro de cada uno, sin una gota de almíbar y con doloroso realismo.
No recuerdo un largometraje que me ha haya
producido tal desasosiego. Lo noto hasta en este acto de escribir unas líneas
sobre él, en el que me asaltan unas ganas irrefrenables de ponerles punto final.
Pero no se la pierda. Si el cine, como cualquier
arte, consiste en transmitir emociones, en “Amor” las encontrará en estado
puro. Palabra.
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