El documental “La
cueva de los sueños olvidados” es un trabajo de Werner Herzog donde nos muestra,
en 3D, los interiores de la cueva francesa de Chauvet, en cuyas galerías se
pueden contemplar una gran cantidad de pinturas rupestres con más de 10.000
trienios de antigüedad.
El film dura 95
minutos, de los que yo eliminaría la mitad. Una cueva y el arte rupestre dan
para lo que dan, y sus cientos de animales pintados –de indudable interés
científico- no son como para tener a un espectador pegado a la pantalla durante
hora y media.
Exactamente lo
contrario se puede decir del documental “Marley” que relata con ritmo y con
vigor la vida de la máxima estrella del reggae, el jamaicano Bob Marley. El
film, dirigido por Kevin MacDonald, se adentra en la historia
del músico desde sus comienzos en una aldea jamaicana hasta su muerte, ocurrida
en Miami en 1981, a
los 36 años de edad, debido a un cáncer extendido por todo su organismo. Es un
relato intenso y objetivo, que nos presenta a Marley como fue, con sus brillos
y con sus mates, sin eludir los aspectos más controvertidos de su vida.
La película relata
su evolución musical, desde el ska hasta el reggae, con su profunda convicción
religiosa que le hacía autodenominarse rastafari, hermanándole de forma
singular con Etiopía -el hogar espiritual de los rastas-, y su emperador Haile
Selasie, cuyo nombre era Ras Tafari Makonnen, para los jamaicanos una especie
de reencarnación de Jesucristo.
Por encima de su
faceta musical, Bob Marley ejerció un indiscutible liderazgo en Jamaica. Al estilo
de lo que luego haría Nelson Mandela, que vio en el Campeonato del Mundo de Rugby
la ocasión para unir a un país profundamente dividido, Marley ofreció un concierto
en Kingston en 1976 para promover la reconciliación nacional, pese a haber
sufrido un atentado unos días antes.
Naturalmente, la
música de Marley está presente a lo largo de todo el documental, lo que es un
ingrediente más para que las dos horas y media que tiene de duración pasen sin
enterarnos.
Exactamente lo
contrario de la cueva, sí. Lo dicho: dormir en la cueva, despertar en Jamaica.
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