Bittor Aldabe me envía este texto y estas imágenes
que reproduzco a continuación.
“Sucedió
el 22 de julio del año pasado.
El
verano, en el sur de Noruega, es agradable, con temperaturas suaves y muchas
horas de claridad, algunas con sol. Hay, incluso, quien se baña en sus playas.
En el pico Storronden al atardecer |
A
ellos no les importa. Recuerdo el viejo sentado a la puerta de su cabaña, bajo
la lluvia, con la camisa remangada, contemplando el paisaje. Recuerdo el pijo
del descapotable rojo visitando los glaciares, con su zamarra de cuero y su
gorra a juego. Recuerdo la bajada al fiordo de Geiranger, encerrados en la
niebla, siguiendo las curvas de la carretera que marcaba el GPS. Y recuerdo a
la gente sobre la yerba de los parques aprovechando el tímido sol. Ellos son
diferentes.
El grito, de Munch |
Noruega
es diferente. Tienen petróleo, tienen riqueza, y saben administrarla. Tienen
unos índices de confort y bienestar envidiables. Las carreteras las construyen
bajo tierra, debajo de la montaña o debajo del mar. Así evitan la nieve y el
hielo. Los latinos no tenemos petróleo ni riqueza y cada vez vamos a tener
menos, porque no hemos sabido administrar lo que teníamos y seguimos sin
aprender. Debemos buscarnos el confort por otras vías, tomando el sol o de
charla con los amigos.
Pero Noruega es diferente. Tienen un
país inmenso, hermoso y despoblado. Las noticias que nos llegan de allí tienden
a ser positivas. Su desgracia no proviene de fenómenos naturales ni de unos
administradores incompetentes y/o sinvergüenzas, sino de la complejidad de la
mente humana, que es capaz de lo mejor y de lo peor, así, sin despeinarse.
Comprendemos
el dolor de quienes han sufrido esa tragedia y lo compartimos. No visitamos la
isla de Utoya cuando fuimos por allí, hace dos años, pero lo haremos la próxima
vez que decidamos pasar unas vacaciones sin el agobio del calor.
Bittor
Aldabe”
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