En Kiev, en una
de sus principales vías, la calle Khreshchatyk, todavía mantienen una estatua
de Lenin, y dicen que en algunas ciudades, la de Stalin. Y no deja de ser
extraño esto último, porque en Kiev hay un Museo, el Holodomor, que recuerda la
hambruna a las que les sometió el camarada Iósif en 1932-1933 y que acabó con la
vida de más de cinco millones de ucranianos.
Iglesia de St. Michel |
Las estaciones
del metro son un laberinto de pasillos subterráneos donde se amontonan puestos
de venta de todo lo imaginable. Los vagones circulan atestados, quizás por el
contenido precio del billete que no llega a los veinte céntimos de euro (2
grivnas). Los restaurantes, bares y tiendas tienen unos precios similares a los
de cualquier ciudad española. Según dicen, los precios se van reduciendo a
medida que vas abandonando el centro de la ciudad. Tiene que ser así, porque de lo contrario sería inexplicable cómo puede vivir la gente,
El Museo Nacional
de Arte de Ucrania merece una visita. Es un edificio clásico, con sus gruesas
columnas y dos leones desdentados haciendo guardia en la puerta, similar a los
del Congreso de los Diputados de Madrid. De limitada superficie, una parte está
dedicada, cómo no, a la religión, con tablas y telas de mucho colorido, en un
estilo casi naif. Otras salas muestran retratos y paisajes de los siglos XIX y
XX, de autores desconocidos para mí pero de una formidable belleza. Lástima que
la visita incluya una gamberrada como es una enorme sala dedicada… al fútbol.
Energía urbana en Kiev |
El alfabeto
cirílico –de origen griego e inventado por el misionero San Cirilo, de ahí su
nombre- es una dificultad añadida para moverse por Kiev, aunque la
globalización y las multinacionales van imponiendo sus marca y su lenguaje.
Algunos
ciudadanos se ríen de la contaminación provocada por la explosión del reactor
nº 4 de la Central
Nuclear de Chernobyl en 1986: “Los chicos tienen tres ojos”,
bromean. Hacer virtud de la necesidad. En el propio perímetro urbano de Kiev se
puede observar el perfil de una central nuclear. Llama la atención, sí, esa
tranquilidad reinante tras la desastrosa experiencia que supuso Chernobyl.
Es largo el
camino entre Kiev y Madrid, unos 3.500 kms., no más que el que tiene que recorrer
Ucrania para incorporarse a los países occidentales. Observar las naciones que
han pertenecido al paraíso socialista, la herencia que ha dejado el socialismo
real, da que pensar.
Esta entrada se podría titular "El lejano Kiev, la lejana democracia".
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