Una cosa comparten la química y la política: su mala imagen. Si ha pensado
usted en producir yogures, absténgase de decir que tienen algún componente
químico, porque de hacerlo se los tendrá que comer usted con su familia. Tiene
que hacer exactamente lo contrario: decir que es natural y que no tiene
química. No le digo nada si pretende instalar una industria química en cualquier localidad: comprobará que la alarma vecinal se propaga como la pólvora.
El fallecido cocinero Santamaría
criticaba a Ferrán Adriá por ser uno de los responsables de la introducción de
la química en los restaurantes. Santamaría no tenía en cuenta que eso en sí no es malo, y que nuestro propio organismo efectúa a diario procesos químicos, como el de la digestión, sin los cuales no sería posible la vida.
Algo parecido está pasando con
la política, a la que se le acusa de todos los males que padecemos. Hombre, es
evidente que nuestros representantes tienen buena parte de culpa, pero no la
política, que será buena o mala según el uso que de ella hagan los políticos.
Pero si lo natural se opone
como virtud a la química, la economía hace lo propio con la política. Son los
nuevos oráculos los economistas. Es cierto que hay que cuadrar la cuentas y que
no es bueno gastar más de lo que se ingresa, pero es a través de la política donde
se deciden las fuentes de ingresos –la política fiscal- y la distribución de
los gastos. Los economistas deben preocuparse de cuadrar las cuentas y los políticos
de que funcione el país. No al revés.
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