Lo de Wert es un ministerio… y
un misterio. Hasta que juró el cargo de ministro de Educación, Cultura y Deporte, José
Ignacio Wert había sido uno de los más agradables tertulianos que aparecían por
la televisión. Amable, sonriente, educado y con una loable prudencia y sensatez
en sus opiniones. Su profesión de sociólogo se dejaba notar de forma muy
positiva cuando tocaba analizar datos de encuestas o elecciones.
J.I.Wert. Foto de Público (EFE) |
Pero le hicieron ministro y
todo se hizo añicos. Se escudó tras un semblante tenso y se metió en todos los
charcos posibles hasta conseguir lo que yo nunca hubiera imaginado: ser el
ministro peor valorado del gobierno de Rajoy. Lo que, seamos serios, no es
tarea fácil de lograr sin una firme determinación.
Y para más INRI, sin poder
achacar su desfavorable evaluación a ningún tropezón, ni físico -tipo el Rey al
bajar unas escaleras-, ni tridimensional –tipo el Rey en Bostwana-, ni tampoco
a un desliz verbal o a una cursilada tipo Zapatero: “La tierra no pertenece a
nadie, salvo al viento”. Nada, es como el ciclista que llega el último no por
una caída, no por un desmayo, no; solo porque todos los demás le han dejado atrás.
Yo haría un intento serio por
corregir el rumbo, pero por si acaso no lo consigo, me dedicaría a dejar una
huella imperecedera. Que aprenda de Federico Trillo con el inicio de aquella
intervención cuando sus tropas asaltaron la isla de Perejil: “Al rayar el alba
y con viento flojo de levante…”. Con algo así ya no te acuerdas de las cosas
que hizo o deshizo Don Federico. ¡Qué va! Te acuerdas de la frase y te lo
imaginas con gorra de plato y con prismáticos en el puente de mando de un
crucero de la Armada …
Pues así se escribe la historia, al menos la de Trillo. Y manda huevos que se lo tenga que recordar yo.
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