El donostiarra Cine Trueba cuenta con dos
salas de proyección y con dos ventajas: la primera, discutible, es que las
películas se proyectan en versión original y subtituladas. La segunda, indiscutible,
es que no suele haber niños.
Ya sabemos los de mi quinta que a nuestros
hijos les dimos una educación manifiestamente mejorable. Lo que no se nos había
pasado por la cabeza es que ellos lo iban a hacer todavía peor, salvo las inevitables excepciones,
claro.
Entrada a los Cines Trueba |
En las cafeterías, en los supermercados o en
cualquier recinto, hay que sufrir las carreras de las criaturas, sus gritos y su absoluto desdén por
todo lo que no sea de su inmediato interés. Una malísima educación provocada o consentida
por sus progenitores, que en su día decidieron que su niño iba a ser el rey de
la creación. Eso sí, si se le ocurre a usted llamar la atención a alguno de
estos monstruos, enseguida se hará presente el irritado padre dispuesto a corregir la situación, montándole la de Dios es Cristo… a usted, claro, no al angelito.
Y en el cine debe ser culpa de las palomitas,
cada vez más crujientes, pero el sistema Dolby de las salas es incapaz de
acallar el crish-crash de los infantes cuando rumian una a una las palomitas que
han acarreado en el cubo gigante de cartón. Y concluida la pitanza, sacan sus
bolsas de chuches, envueltas en un celofán que se ve extendido y
aprisionado ruidosamente cada vez que la criatura extrae una de las decenas de gominolas que
lleva en su interior. También existe la variante de las pipas, con los tres
sonidos de apertura dental, succión y escupitajo de las cáscaras que, si uno no
anda prevenido, se las llevará a casa dentro de los zapatos.
Es menester reconocer que en estas tareas los peques se ven acompañados a menudo por adolescentes y adultos que compiten con ellos en demostrar que siguen en la infancia, al menos mental. El caso es que las posibilidades
de concentrarse en la película son tan remotas como intentar leer un libro de
poemas en un campo de fútbol.
Bien, pues en el Trueba no suele haber
palomitas ni chuches... ni niños, tomen nota. Lo que se agradece especialmente
en películas como “Argo”, el largometraje de Ben Affleck que vimos este domingo. Pero eso se lo
contaré mañana.
Estimada "GACELA DE OTXAGABIA", soy un ferviente seguidor de tu blog, desde hace poco tiempo, que me he enterado de tu dedicación a estos menesteres, que con la maestría, que ya anteriormente nos tenías acostumbrados en otros lares,vienes desarrollando.
ResponderEliminarEstando totalmente de acuerdo en lo de la educación de los niños, creo que te pasas de frenada, cuando protestas por los ruidos que hacen los infantes, masticando las palomitas o soltando el papel de las chuches.
Me viene a la memoria, en ese mismo cine, bastante más deteriorado, las inolvidables tardes de sesión continua, que nos permitía estar dentro, todo el tiempo que fuéramos capaces de permanecer. Como diría el "Cholo Simeone", aquello sí que era gresca, lo de los niños de ahora es como ir a Walt Disney.
Por todo ello, rompo una lanza en favor de los niños, y aún estando totalmente de acuerdo contigo, en que su educación es manifiestamente mejorable, los niños siempre serán niños y además, tiene que serlo.
Un abrazo
¡Qué sorpresa! Este humilde blog se ve honrado con la presencia del brillante ex-corresponsal de las correrías del Donostiarrak, que tantas tardes de regocijo nos proporcionó con sus relatos atléticos.
ResponderEliminar¿Qué puedo decir? Conozco a una mujer que no es que rompiera una lanza, rompió un paragüas... en las espaldas de un chaval. No hay que llegar a tanto, aunque sigo pensando que una colleja de vez en cuando no debería estar criminalizada. Tienes razón, Joseba: los gallineros del Trueba y del Bellas han sido testigo de grandísimas gamberradas, pero tenían su contrapartida en riesgo. Si te pasabas, el portero o el espectador vecino te podía soltar una buena tunda sin derecho a reclamación, mientras que ahora viven en la impunidad.
Que sepas que es un placer tenerte por aquí. Un abrazo