miércoles, 19 de diciembre de 2012

En tiempo de descuento


Mi buen amigo Luis Peralta, exatleta y gran fotógrafo, me envía la foto que acompaña este texto por si quiero incluir algún comentario en este blog. Y lo hago con gusto, claro.

Morata, Hurt, Etxenike y Ciechanover. Foto de Luis Peralta
Se trata de un encuentro que organizó el DIPC (Donostia International Phisics Center) para hablar del papel de la ciencia en la sociedad. Participaron tres investigadores de enorme prestigio. Dos de ellos Premios Nobel, Sir Tim Hurt y Aaron Ciechanover, y el tercero, Ginés Morata, Premio Príncipe de Asturias. La charla estuvo moderada por el roncalés y también Premio Príncipe de Asturias, Pedro Miguel Etxenike.

Fue una sesión interesante, de la que no pretendo hacer un resumen. Pero sí me referiré a un comentario lateral de Aaron Ciechanover. A una pregunta sobre si la ciencia estaba estudiando temas como la depresión y otros trastornos tan habituales de nuestra vida cotidiana, Ciechanover vino a decir que este es el coste que debemos pagar por haber incrementado la población y la vida de los individuos de una manera tan formidable.

Durante muchos siglos la población del mundo se mantuvo más o menos estable, con un equilibrio entre natalidad y mortandad. Pero ese equilibrio se rompió el siglo pasado con el auge económico, la higiene y los antibióticos, y pasamos de los 1.650 millones de personas en el año 1900 a los 6.000 del año 2000. Y en el 2011 ya éramos 7.000 millones los habitantes del planeta.

Por otra parte, la esperanza de vida se ha duplicado también. Si antes las personas vivían una media de poco más de 40 años, ahora tenemos sociedades donde la media es superior a los 80. Es lógico, pues, que nos acechen nuevos problemas con el medio ambiente o con la salud que antes no existían. Antiguamente no se moría de cáncer, ni de alzheimer, ni de parkinson… se moría de infecciones.

Esto es más o menos lo que explicó. Y yo tomé nota, porque el resumen es que tenemos a buena parte de la población -y yo entre ellos, claro- viviendo no los minutos sino los años de descuento. Y eso ha sido gracias a la ciencia. Así que antes de que el árbitro toque el silbato del final del partido, me acerco hasta el Gandarias a pedirme un riesling, a saborearlo y –pues soy espíritu y estómago agradecido- a brindar por toda esta gente que ha hecho posible el milagro. ¡Salud!


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