miércoles, 12 de diciembre de 2012

Series televisivas y corrupción


Se nos acabó The Wire, la excepcional serie de David Simon que destripa los bajos fondos, el narcotráfico y la corrupción en Baltimore. Hemos pasado el duelo por la orfandad en que nos han dejado los irrepetibles detectives McNulty, Kima, Bunk, Lester Freamon y el Teniente Cedric Daniels.

Pero ¡ay!, las lealtades televisivas de los humanos son efímeras –sobre todo las mías- y tras entonar aquello de a rey muerto, rey puesto, nos aprestamos a olvidar The Wire y sentarnos ante “Boss” para disfrutar con las terribles andanzas de Tom Kane, el Alcalde de Chicago.

El protagonista de “Boss” es Kelsey Grammer, en un registro radicalmente diferente al que protagonizó en la serie “Frasier” -donde daba vida al doctor del mismo nombre-, y que es una constatación de su talento interpretativo. Tom Kane es un político tan hábil como déspota, y ni siquiera una grave enfermedad neurológica mermará su formidable capacidad para mantenerse en el poder en las condiciones más adversas. La serie cuenta también con una sintonía de entrada perfecta: la canción de Robert Plant “Satan, your Kingdom must come down”.

Pero más allá de la buena factura de la serie y del entretenimiento que produce, es llamativa la naturalidad con que muestra la corrupción en U.S.A, que se extiende en todos los planos políticos, algo en lo que coincide también con The Wire e incluso con Los Soprano. No sé cuánto de realidad tienen estas historias, pero me quedo con algo positivo: la capacidad de la industria americana del cine de denunciar sus propias cloacas.

Y en España, ¿por qué desaprovechan las productoras este filón? Porque material hay de sobra. Vean este dato: en el ranking de la corrupción mundial del año 2010, EE.UU. figuraba en el puesto 22; España, en el 30. Hay tarea.


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