Hoy en el gimnasio me he estrenado en una
clase denominada “fitness total”. A los fondistas recios como yo, estos
términos nos suelen parecer un poco sospechosos, a qué negarlo. Siempre
pensamos que no hay paliza comparable a meterse veinte kilómetros corriendo.
Pues la hay, vaya que sí.
En una sala grande estamos unas quinces
personas, mujeres mayoritariamente, con un bosu delante de cada uno y enfrente
el monitor. El bosu es una media esfera no del todo hinchada que, después de
haberla utilizado no me cabe duda de que fue un instrumento de tortura japonés
o chino, tanto da.
El monitor pone música y comienza con unos
ejercicios: brazos a la izquierda, brazos a la derecha, rodilla derecha arriba,
rodilla izquierda arriba… Pero, ¿esto es deporte o son ejercicios de la
señorita Pepis?, me pregunto. Vaya bluff.
El bosu |
Empezamos con el bosu. Subo el pie derecho,
luego el izquierdo, bajo el pie derecho, bajo el izquierdo. Vamos aumentando el
ritmo y me preocupo, porque dudo de que vaya a terminar sin hacerme un esguince.
Ahora iniciamos un sprint, paramos, sprint de nuevo, más rápido, y asoman las
primeras gotas de sudor. Toca cambio: lo mismo pero comenzando con la otra
pierna. Me veo con dificultades para terminar sin venirme al suelo, porque las
piernas empiezan a estar como flotantes.
Cogemos unas mancuernas e iniciamos otra
serie de ejercicios: pie derecho atrás, mancuernas arriba, pie derecho
adelante, mancuernas abajo. Cuando noto el cuadriceps que me va a reventar la
malla, el monitor nos ordena quedarnos quietos en esa postura: pie derecho
atrás, pie izquierdo flexionado y las mancuernas a la altura de los hombros con
los brazos estirados. Mi quietud dura poco, porque me sobreviene un ligero temblor
muscular que va creciendo hasta sobresaltar al colega de al lado, que debe
pensar que es un seismo.
El monitor nos ve tan acabados que nos manda
parar. Eso pienso, infeliz de mí. Pues no, porque inmediatamente repetimos la
tortura pero con la otra pierna. ¡Menos mal que no tenemos cuatro!, alcanzo a
pensar. Y aquí los temblores incluso amenazan a mis empastes bucales.
Cambio de ejercicio. Mancuernas al suelo,
flexiones tumbados, mancuernas arriba, a ritmo creciente. Como tengo mi entorno
como la charca de un corral, las manos se me resbalan al flexionar y a punto
estoy de dejar la dentadura en el suelo. Luego un minuto, un minuto de
flexiones, arrriba, salto, flexiones... Cuando quedan 20 segundos estoy de pie
con la mirada extraviada. Luego sprint en el bosu y cambio corriendo al de al
lado, así no sé cuantas veces. Menos mal que el monitor me sujeta cuando, ya
ciego perdido, corría como un boxeador sonado a estrellarme contra la pared
acristalada.
Terminamos con unos estiramientos. Mi estado
mental es de shock profundo. Recojo mi toalla y cuando voy a salir, un
compañero me advierte que eso es el espejo, que la puerta está en el otro lado.
Lo peor, me dicen, será mañana y pasado. Para
sentarme en una silla deberé pedir ayuda porque las agujetas me van a impedir
hacerlo solo. Que me depositen con suavidad, que duele. Y sobre todo, que en un
par de dias mi dieta sea astringente (?).
Sencillamente brutal, Javier!!
ResponderEliminarLo que me he reído recordando la clase...
Milesker!!
Yo también me he carcajeado. La próxima vez con vídeo, please!
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