Todo lo relacionado
con conservar tiene connotaciones positivas o negativas, según. Le dicen a
usted: “¡Qué bien se conserva!”, y lo toma como una lisonja. Pero si alguien le
dice que sus ideas son conservadoras, puede que le tengan que sujetar.
Pero íbamos a hablar
de los sindicatos. Dígame usted en que se diferencia el SEPLA (Sindicato de Pilotos
de Líneas Aéreas) de, por ejemplo, UGT. Ya, ya, que uno es un sindicato corporativo,
amarillo decían antes, y el otro de clase. ¿Alguna diferencia más?, pregunto.
¿Algo más que la imagen atildada del representante de los pilotos frente al aspecto
rústico del representante obrero? ¿O todo se reduce a eso, a la colonia Varón
Dandy del ugetista frente a la de Jean Paul Gaultier del otro?
Mientras piensa en
las diferencias, le señalaré algunas coincidencias. Los dos sindicatos solo –por
no decir en exclusiva- atienden a quien les paga, esto es, a sus afiliados, y
me quedaré aquí para no herir susceptibilidades. Más, los dos sindicatos son
conservadores. Uno quiere conservar privilegios, el otro, derechos.
Y si alguien no está
de acuerdo que haga memoria de las huelgas generales de los sindicatos en
democracia. La primera, en contra del Estatuto del Trabajador; las siguientes,
a favor del mismo Estatuto. Carambolas del destino: protesto porque me lo
ponen, protesto porque me lo quitan. Conservar lo anterior, esa es la clave.
Y el caso es que lo
sindicatos de clase tienen una larga lista de servicios a este pais.
Contribuyeron, sobre todo CC.OO., a traer las libertades, a consolidar la democracia -¿cómo
olvidar su papel en los Pactos de la Moncloa con una España que se hundía?-. En
una sociedad democrática y estructurada los sindicatos son imprescindibles.
Pero deberían hacer algo más para hacerse por lo menos necesarios.
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