Se suele decir que el
matrimonio y el trabajo son como un tranvía abarrotado: el que está dentro
quiere salir y el que está fuera quiere entrar. En el trabajo es frecuente
convivir con personas cuyo mayor anhelo es jubilarse, así le queden 20 años
para poder hacerlo. Hasta entonces, adoptarán un aire resignado que les justificará
ser infelices pero dispondrán de un horizonte donde dejar de serlo.
Siempre hay que ser
precavido con los sueños, porque se pueden convertir en realidad. Y eso es lo
que ocurre a veces, que pasada la resaca de las despedidas por la jubilación
vemos que algunas personas se dicen decepcionadas: ¡La felicidad era esto! Y es
que derrumbado el muro que nos impedía ser felices, ya no tenemos obstáculos,
ya solo dependemos de nosotros mismos para serlo.
Yo entiendo que a
algunas personas les cueste hacerse a esa nueva vida. Sobre todo a quienes han
pasado de pisar moqueta en la empresa a pasarle el aspirador a la de casa.
Gente que se ha sentido apeada de su status y que en su vida ha hecho mucho
patrimonio, económico y social, pero escaso acopio para enfrentarse a un anonimato
muchas veces decepcionante.
Pero son unos pocos
casos. En sentido contrario, conozco a altos ejecutivos, sobre todo a dos, que
pese a jubilarse a una edad temprana estaban sacándole chispas a su nueva
situación al día siguiente de dejar el trabajo. La clave está –me decía uno de ellos- en el afán de notoriedad. Si lo tienes te puedes amargar, porque tu
teléfono deja de sonar, pero si no, puedes vivir muy feliz. Y él, desde
luego, lo era; o lo intentaba, que viene a ser lo mismo.
¿Sí? ¿Lo mismo?
ResponderEliminarYo tampoco creo que es lo mismo, aunque es verdad que algunos sostienen que la paz y la felicidad no están en la meta sino en el camino.
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