lunes, 16 de julio de 2012

Las bondades de la oposición


Vivo en un país con una notable capacidad de iniciativa. Para crear y para oponerse. Como el capitalismo, que lleva en sus genes su propio sepulturero –bueno, eso decía Marx-, cada proyecto que nace lleva adherido desde la cuna su oponente. Vean si no, lo que pasa con la Incineradora, el Superpuerto de Pasajes, la Estación de Autobuses, el Tren de Alta Velocidad o la Pasarela del Monpás -un trazado para hacer transitable la costa al final de la playa de Gros-. Esa aversión tan enraizada a todo lo que huele a nuevo.

Cuando se construyó la Autovía a Pamplona (A-15), la izquierda abertzale se opuso radicalmente, faltaba más. Uno de los argumentos para oponerse era que la autovía iba a ser utilizada para facilitar la entrada de la tropas de la OTAN en Euskalherria. Razonamiento que movería a la risa si ETA, con tan peregrino argumentario, no hubiera asesinado a cuatro personas relacionadas con las obras.

Lo singular es que la eterna oposición gobierna ahora la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de San Sebastián.

Y están probando la diferencia –y las bondades, sobre todo las bondades- de lo que significa una oposición democrática: les echan para atrás sus propuestas, les rechazan sus escasísimos proyectos y hasta le plantean al Diputado de Medio Ambiente de Bildu una moción de censura que le obliga a dejar el cargo. Pero el cargo, no la vida.




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