martes, 11 de septiembre de 2012

Correr en Versalles


Son las siete y media de la mañana del domingo. Salgo del apartamento directamente a la Plaza del Mercado de Versalles. Es temprano pero los tenderetes de la feria dominical están ya montados, y algunos en plena actividad atendiendo a sus madrugadores clientes. En el aire flota una mezcla de aromas: de verduras, de especias, de pucheros hirviendo en los cercanos restaurantes, de las variedades de quesos que exhiben los productores... Es domingo, sí, pero en Versalles se suele comer también los días de fiesta.

El lago. Al fondo, el Palacio de Versalles
Comienzo a trotar y por la Rue de la Paroisse me dirijo hacia el Palacio, tomo el Boulevard de la Reine y entro en el parque. La mañana está fresca y soleada, y cuando me acerco al lago para rodearlo, la bruma suspendida sobre el agua le da un cierto aire fantasmal. El lago está bajo los jardines y el propio Palacio, tiene forma de cruz y un contorno de unos seis kilómetros, todo cubierto de un cuidado arbolado.

Me cruzo con algún otro fondista y también con algunos ciclistas y paseantes, pero somos pocos los que a esas horas nos permitimos el lujo de hollar semejante escenario. Al rodear la parte más alejada del canal, el Palacio –mandado construir por Luis XIV- se vislumbra a los lejos, al final de la lengua de agua, custodiado por los jardines laterales. El silencio solo se ve alterado por el rumor de una suave brisa y por el golpeteo monótono de las zapatillas en la tierra.

Termino de rodear el lago y emprendo la vuelta. La plaza del Mercado está ya atestada. Los tenderos vocean sus productos y la gente se mueve nerviosa entre los puestos. No han sido más que diez kilómetros los que he corrido. Un poco de sudor, otro poco de soledad, algún pensamiento tamizado por el cansancio y esa sensación de que un día recordaré con nostalgia esta mañana en el parque del Palacio de Versalles.


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