viernes, 10 de febrero de 2012

Diálogo

19 Marzo 2007
Es pintoresca nuestra tierra. Su paisaje, su paisanaje. Está gobernada por una persona amante del diálogo –político, se entiende-, lo que es mucho mejor que ser amante del bate de béisbol o del coche bomba. Estoy dispuesto a dialogar hasta el amanecer, afirmó en una ocasión. Lo que está bien, aunque no sea para echar cohetes: a la postre, es lo que hace la juventud cada fin de semana. Pero no es el único en esta afición. Muchas formaciones políticas coinciden en que todos los problemas se deben resolver a través del diálogo. No todos. Alguno hay, como el de la Real Sociedad, sólo posible de resolver mediante la oración a la Virgen de Aranzazu.
No es cosa sólo de los políticos. También los sindicatos, los obispados y otro tipo de asociaciones, propugnan el diálogo como base de la resolución de los conflictos.

Tiene su lógica. Al fin y al cabo, las elecciones de más peso suelen ser al Parlamento. Institución que, al menos en su nombre, cierta relación guarda con el diálogo.

Podíamos decir que ese gusto por el diálogo es una de las coincidencias de los vascos, lo que me parece razonable. No tanto que muchos confíen en él más que en el cumplimiento de las leyes. Pero lo que no acabo de entender es porqué en las sociedades gastronómicas o en nuestro propio club existe un veto implícito a dialogar de política, cuando tantas son sus cualidades.

Causa extrañeza que este fármaco, a quien se atribuye la propiedad de establecer la concordia entre lejanos, sea proscrito por temor a que genere la discordia entre cercanos. Pero además de absurdo, es un veto innecesario. Aquí –salvo los consabidos comentarios sobre Bush, Aznar y cía., que aseguran una cómoda y general aceptación- el personal sólo habla de política delante de su abogado.

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