viernes, 10 de febrero de 2012

La popularidad

10 Abril 2007
La popularidad es la carga suplementaria que arrastran aquellas personas cuya especial competencia se ha hecho pública en las artes, en las ciencias o en otros ámbitos. En general, las personas afectadas se suelen quejar de esta faceta y anhelan el tiempo en que eran anónimas.

Por eso me llama la atención el gusto por la popularidad de alguna gente. Ese esfuerzo por ser conocido, que no reconocido. Esa vanidad pueril. Como carecen de motivos para poseerla gratis, se esfuerzan en ganársela a base de salir en los medios. ¿La excusa? Cualquiera. ¿La plataforma más adecuada? Tanto da, aunque la que proporciona el fútbol es de las más apetecidas. Me vienen ilustres nombres a la cabeza como un tal Doctor –mira por dónde- Cabeza, Gil y Gil, Lopera, Piterman…

Este tipo de personas están tan encantadas de haberse conocido que no quieren privar al resto del universo de semejante goce. Por eso son generalmente de carácter expansivo, y se deleitan en entrevistas con los medios –su hábitat preferido-, donde suelen ser proclives a perorar sobre lo divino y lo humano.

Una vez lanzado al estrellato, todo es coser y cantar. No le faltará ser nombrado cófrade de la morcilla o el bacalao, ni invitado a cuanto sarao de tal se precie. Pronto adquirirá soltura para desenvolverse en los platós, y –si anda por estas tierras- para lidiar con algún reportero malévolo que trate de ponerle en un aprieto pidiéndole opinión, por ejemplo, de ETA. Exhibirá entonces buena cintura y echará mano de originales conceptos como el ansia de paz del pueblo o la necesidad del diálogo. Es decir, pagará amablemente el canon que le permita seguir viviendo sin sobresaltos.

Este largo preámbulo viene a cuento por una entrevista que en el DV le hicieron a Miguel Santos, un hombre que ha querido ser presidente del Osasuna, de la Real y del Bruesa. Por amor a los colores. A todos debe ser. Yo no le conozco, pero su titánico esfuerzo por ser conocido me parece conmovedor. En la entrevista, Santos dice que “En la vida hay dos placeres, que son amar y comer”. Así, urbi et orbe. Tontería, pero solemne.

Como amar sólo es un placer cuando es correspondido, pues amar a alguien que nos desdeña tiene poco de placentero, hay que concluir que el único placer que le queda a Santos es comer. Pena. A los lectores de sus entrevistas les aguarda otro más: pasar página.

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