viernes, 10 de febrero de 2012

El sexo y la tendinitis

15 Enero 2007
Es una historia conocida. Corrían los años ochenta cuando un pintoresco presidente cántabro, apellidado Hormaechea, se propuso mejorar la cabaña de su tierra. Para ello, adquirió un formidable semental que fue bautizado con un nombre de raíces moras y sabor freudiano: Sultán. El toro había costado una fortuna, por lo que le pusieron a la tarea de inmediato.

Su fama se extendió con rapidez por los establos: con sólo oir mentar su nombre las vacas se humedecían y mugían de deseo. Sultán comenzó a ser solicitado por todas las esquinas, hasta que le ocurrió la misma desgracia que a tantos atletas que, obsesionados sólo por correr, olvidan los estiramientos: sufrió una tremenda tendinitis en uno de los cuartos traseros.

Pero si para un deportista una tendinitis es un contratiempo, para un semental significa su invalidez absoluta. Es impensable que un toro de una tonelada se alce sobre la grupa de la vaca y empuje con tesón a la pata coja. No sólo es que sea impensable, es que no se puede concebir semejante desdoro para un semental. Naturalmente, Sultán hubo de ser sacrificado, para dolor de Hormaecha y luto de las vacas.

Este hecho, aparentemente trivial, nos desvela algunas cosas de interés. La más importante, que la mayoría de animales –excepto el ser humano- no se ha enterado de las teorías darwinianas y sigue sin adaptarse a los cambios. Así les va. Habría bastado con que los toros y las vacas hubieran aprendido a fornicar tendidos, para que Sultán prosiguiese con su actividad laboral. La tendinitis no le hubiera impedido acostarse solícito, poner a la vacas sobre él, acariciarlas con las pezuñas, y cubrirlas amoroso. Pero no, seguir haciéndolo a las cuatro patas -como animales- fue fatal para él.

Murió sin que nadie le hubiese explicado quién era Darwin. Y sin que le hubieran enseñado, al menos, un cuadro de estiramientos. Lástima.

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