Nueva York de alambre y muerte
Una forma de recorrer los cinco distritos de Nueva York es
participando en su marathon. Yo lo hice acompañado por dos buenos amigos: Iñaki
Zuzuarregui y Vicente Mier. Es una experiencia que combina la fatiga y la
curiosidad, 42.195 metros más allá de la visita turística habitual, limitada a
patear la mitad de Manhattan y tocar apresuradamente el Bronx para inhalar un
leve aroma de riesgo del lumpen. La marathon arranca del Puente Verrazano y concluye
en Central Park, tras atravesar Manhattan, Brooklyn, Bronx, Queens y Staten
Island.
Este sería el Nueva York de la geografía urbana, el de Wall
Street, el de los rascacielos, el del MOMA y el de Broadway,
el del Empire y el de las limusinas que circulan esparciendo el vapor que
exhalan las alcantarillas. Pero es la superficie, amigos. En el subconsciente
de la Gran Manzana palpitan la ansiedad y la angustia, la opresión, la
degradación… Federico García Lorca lo (d)escribió en una obra imponente: “Poeta
en Nueva York”. A mí, que me habían
entusiasmado Neruda, Celaya o Miguel Hernández, me deslumbró su poesía.
Dicen que es surrealista. ¡Qué va! Es poesía, es irrepetible. Nueva York es una
ciudad para regresar. “Poeta en Nueva York” es una obra para releer.
Federico García Lorca fue ejecutado en la madrugada del 18 de agosto
de 1936 en
un barranco de Viznar (Granada). Ser poeta, republicano y homosexual era un
exceso para aquella España negra y sórdida. Por fortuna hoy, remedando a Blas
de Otero, nos queda su palabra.
Sería toda una experiencia correr el maratón escuchando alguna de esas canciones.
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