viernes, 10 de febrero de 2012

S.M. la Juventud

18 Febrero 2007
Deplorar la educación de la juventud se ha convertido en deporte nacional. Y, como en casi todas las cosas que nos ocurren, la discusión suele terminar estableciendo responsabilidades. Para unos es la sociedad, como si la sociedad fuese un ente ajeno o una entelequia; para otros, los profesores. Casi nadie repara en su propia responsabilidad.

El psicólogo José Antonio Marina suele recordar el sistema educativo de antaño, que se expresa de una forma muy simple: toda la tribu es la que educa. Los que hace tiempo dejamos de ser jóvenes recordamos las collejas que nos propinaba cualquier vecino si nos veía hacer el gamberro. Hoy en día, aquella colleja sería utilizada para denunciar al infractor, es decir, al vecino.

Su majestad el joven campea en la impunidad. No porque haya peleado por ello ni porque lo haya conquistado. Ha sido por cesión graciosa de todos los que nos quejamos ahora de las consecuencias. Confundir la libertad con la ausencia de firmeza tiene sus riesgos. Malos tiempos para la lírica… y peores para la autoridad.

Pero siempre hay motivos para la esperanza. Al fin y al cabo, la juventud no es más que una enfermedad que se cura con el tiempo.

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