viernes, 10 de febrero de 2012

El conocimiento

2 Abril 2007
Decía un experto que en la vida lo que importa es el conocimiento y no la inteligencia. Añadía que ésta no es más que una herramienta –una excelente herramienta, eso sí- para adquirir aquél. Parece una explicación razonable, mucho más si hablamos de las relaciones personales.

No hay más que ver que la prueba del nueve de cualquier pareja estriba en su capacidad de sobrevivir tras haberse conocido. El conocimiento de la pareja es el que se encarga de contrastar si el alma gemela que nos embargó el corazón es tal, o fue una mera proyección de nuestros deseos.

Es probable que en ese afán de encontrar la pareja perfecta siga vigente el mito que contaba Platón, ese que dice que hubo un tiempo en que las personas eran seres andróginos, y que, indignado por el exceso de felicidad en que vivían, Zeus los castigó partiéndolos por la mitad. De ahí proceden el hombre y la mujer como seres separados, y de ahí procede la infatigable búsqueda de la otra mitad para volver a formar entre los dos el ser unido que fueron.

Decía que es el conocimiento el que nos pone en nuestro sitio. El que confirma que el enamoramiento a menudo no es más que una enajenación mental transitoria. Si la pasión es la cara, el conocimiento es la cruz de la moneda. Y qué cruz. Remitida la fiebre, nos mostrará que no somos ni los más guapos, ni los más interesantes, ni los más hercúleos, ni los más sensibles. Somos personitas, que diría Mafalda. Inmaduros, maníacos, miedosos…

Pero también se producen casos en que la chispa inicial –por causa física o química- se mantiene sin languidecer. Entonces es cuando el conocimiento nos hace capaces de querer con generosidad a personas tan imperfectas como nosotros.

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