viernes, 10 de febrero de 2012

El deporte y la melancolía

20 Noviembe 2006
Me lo recordaban hace poco: algunos atletas populares luchan cada año por mejorar su marca del año anterior.

Y esta frase, que en apariencia expresa algo tan noble como el deseo de superación, contiene sin embargo una de las paradojas -otros le llamarían incoherencias- a las que tan aficionados somos los que nos dedicamos a desgastar zapatillas.

Porque lo lógico sería, una vez pasada una edad razonable, intentar correr un poquito más lento -no mucho más- que el año anterior. Pero no. No vamos sólo contra la lógica, vamos también contra la naturaleza, esa cosa que todo el mundo admite que es sabia.

Como no podía ser de otra forma, darse de cabezazos de forma reiterada contra un superficie dura -como es la realidad- acaba produciendo quebraderos de cabeza. Además, sabemos que la repetición de esfuerzos estériles conduce directamente a la melancolía.

Es ésta, la melancolía, una palabra muy poética. Incluso ha sido elegida como la palabra más hermosa de la lengua española. Pero una cosa es leérsela a Neruda en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y otra bien distinta ver a un atleta arrastrarse melancólico.

Hemos elegido un hermoso deporte. Que, además, nos proporciona salud y compañía. No es poco. Eso de ser realistas y pedir lo imposible, como se clamaba en el adoquinado París del 68, dejémoslo para los realistas de la Real, en ese intento -parece que vano también- de mantenerse en primera.

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